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Un regalo en tiempos de consumismo

Nos conocimos en el ocaso de su vida, al menos eso dirían muchos, para mí fue en su esplendor: de paso firme, huipil, collar, rebozo y huaraches a juego, de piel morena, mirada profunda, sonrisa sería y cabellos color plata muy bien trenzados que denotaban el correr de los años.

En cada cumpleaños, reunión familiar, comida o evento donde estuviera presente una cámara fotográfica, era ceremonialmente necesario esperar a que ella realizará su cambio de vestuario, porque para las fotografías siempre había reservado un traje, reboso, huaraches y collar a juego, todos estos pulcramente guardados en su baúl, exclusivos para las fotografías. A la mayoría de la gente aquí no le gusta ser fotografiada, nunca le pregunte porque amaba ser capturada en una imagen aún cuando muchos pensaban que las fotografías te robaban el alma.

Cuando empecé a pronunciar mis primeras palabras era con ella con quien me quería comunicar, yo le hablaba pero no me entendía, ella también me hablaba y yo no comprendía, y es que hablábamos dos idiomas diferentes. A mis escasos años yo no entendía porque ella no comprendía mis palabras ni yo las suyas; pero ella encontró una solución: enseñarme sus palabras, ella me enseñó su idioma, y yo aprendí porque quería hablar con ella, su condición era esta: habla mi idioma y no ese idioma raro, ella tenía claro que: quería comunicarse conmigo pero ella no aprendería mi idioma, yo no sabia porque le decía idioma raro a la primera lengua que adquirí, hasta mucho tiempo después.

Aprendí entonces sus palabras, el significado de ellas y poco a poco sin saber en qué momento y cómo empece a comunicarme con ella, entendía lo que me decía y ella mis palabras, ahora hablábamos el mismo idioma, hablábamos el idioma que ella amaba y yo también, gracias a eso obtuvimos y atesoramos recuerdos muy memorables.

Y ese es el regalo más grande que he recibido, uno que no se devalúa al paso del tiempo, un hermoso regalo que morirá conmigo, pero si lo pienso bien aún puede permanecer a mi muerte, a esta mujer le amé y le amó profundamente y desde mi cielo le agradezco el haberme amado así y el haberme hecho el mejor regalo que a un mortal podría hacérsele: mi segundo idioma.

Y es así como en muchas ocasiones los regalos no vienen envueltos aparatosamente o con un gran moño, a veces ni siquiera son palpables o visibles, así es el regalo que ella me hizo. Hace muchos años que ella no esta mas conmigo, pero su regalo esta aquí, más vivo que nunca.

Zuri Delgado


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